El Camino A Cristo - Capítulo 4

La confesión


"El que encubre sus pecados no prosperà; mas el que los confiesa y se aparta alcanzarà misericordia." (Proverbios 28:13).

Las condiciones que pone Dios para que alcancemos su misericordia son sencillas, justas y rezonables. El Señor no nos pide que hagamos grandes sacrificios para obtener el perdòn de nuestros pecados. No necesitamos hacer peregrinaciones largas y penosas, ni hacer penitencias dolorosas para encomendar nuestra alma al Dios del cielo o para expiar nuestra transgresiòn, pero el que confiesa y se aparta de sus pecados alcanzarà misericordia.

El Apòstol dice: "Cofieèsense los pecados a Dios, el ùnico que puede perdonarlos, y las ofensas, unos a otros. Si has ofendido a tu amigo o a tu hermano o vecino, debes reconocer tu falta, y es deber del ofendido perdonarlo libremente. Entonces debes pedir perdòn a Dios, porque aquèl a quien has herido pertenece a Dios, y al herirlo, has pecado contra su Creador y Redentor. El caso se trae ante el ùnico verdadero Mediador, nuestro gran Sumo Sacerdote, quien "fue tentado en todo segùn nuestra semejanza, pero sin pecado" y que "puede compadecerse de nuestras debilidades…" (Hebreos 4:15), y puede limpiarnos de toda mancha de iniquidad.

Aquellos que no han humillado su alma delante de Dios en reconocimiento de su culpa, no han cumplido aùn el primer requisito para ser aceptados. Si no hemos experimentado ese arrepentimiento del cual no nos arrepentiremos, y si no hemos confesado nuestros pecados con una verdadera humildad de alma y con un espìritu verdaderamente quebrantado, aborreciendo nuestra iniquidad, no hemos buscado realmente el perdòn de nuestros pecados; y si nunca lo hemos buscado, nunca habremos hallado la paz de Dios. La ùnica razòn por la cual no tenemos la remisiòn de los pecados es que no queremos humillar nuestro corazòn y complir las condiciones de la Palabra de verdad. Se nos da instrucciòn explìcita concerniente a este asunto. La confesiòn de los pecados, ya sea pùblica o privada, debe ser de corazòn y voluntaria. No puede forzarse al pecador a arrepentirse. La confesiòn no debe ser descuidad y extravagante, ni debe exigirse de aquèllos que no tienen un amplio sentido de lo que es aborrecer el pecado. La confesiòn que se desborda desde lo màs profundo del alma halla su camino al Dios de infinita piedad. El salmista dice: "Cercano està Jehovà a los quebrantados de corazòn; ;y salva a los contritos de espìritu." (Salmos 34:18).

La verdadera confesiòn es siempre de un caràcter especìfico, y reconoce pecados especìficos. Estos pueden ser de tal naturaleza que solamente pueden presentarse delante de Dios; pueden ser faltas hechas a individuos, los cuales han sufrido alguna herida por causa de ellos; o pueden ser de caràcter pùblico, y deben ser entonces confesados pùblicamente. Toda confesiòn debe ser definitiva y al punto, admitiendo los pecados de que seàis culpables.

En los dìas de Samuel, los Israelitas se apartaron de Dios. Estaban sufriendo las consecuencias del pecado; porque habìan perdido su fe en Dios, el discernimiento de su poder y sabidurìa para gobernar la naciòn, y su fe en la habilidad de dios de defender su causa. Ellos se apartaron del gran Gobernador del universo y decidieron gobernarse como hacìan los paises circunvecinos. Antes de hallar paz, hicieron su confesiòn definitiva: "…a todos nuestros pecados hemos añadido este mal de pedir rey para nosotros." (I Samuel 12:19). El pecado del cual eran acusados debìa confesarse. La ingratitud de ellos les oprimìa sus propios corazones, y los separaba de Dios.

La confesiòn no serà aceptable ante Dios sin sincero arrepentimiento y reforma. Debe hacer cambios decididos en la vida; toda ofensa hacia Dios tiene que ser dejada. Esto serà el resultado de una tristeza genuina por el pecado. El trabajo que tenemos que hacer por parte nuestra se nos muestra claramente: "Lavaos y limpiaos; quitad la iniquidad de vuestras obras de delante de mis ojos; dejad de hacer lo malo; aprended a hacer el bien; buscad el juicio, restituid al agraviado, haced justicia al huèrfano, amparad a la viuda." (Isaìas 1:16-17). "…Si el impìo restituyere la prenda, devolviere lo que hubiere robado, y caminare en los estatutos de la vida, no haciendo iniquidad, vivirà ciertamente y no morirà." (Ezequiel 33:15). "…Esto mismo de que hayàis sido contristados segùn Dios; ¡què solicitud produjo en vosotros, què defensa, què indignaciòn, què ardiente afecto, què celo, y què vindicaciòn! En todo os habèis mostrado limpios en el asunto." (2 Corintios 7:11).

Cuando el pecado ha cauterizado el sentido de percepciòn moral, el malhechor no puede discernir los defectos de su caràcter; ni darse cuenta de la enormidad del mal que ha cometido; y a menos que ceda al poder convincente del Espìritu Santo, èl poermanecerà en un aceguera parcial, con relaciòn a su pecado. Sus confesiones no seràn sinceras. A cada reconocimiento de su culpabilidad añadirà una excusa para no tomar sobre sìla responsabilidad de lo que hace, declarando que si no hubiera sido por causa de ciertas circunstancias, èl no hubiera hecho esto o aquello, por lo cual se lo reprueba.

Despuès que Adàn y Eva comieron del fruto prohibido, los embargò un sentimiento de terror y verguenza. Al principio, su ùnico pensamiento era còmo excusar su pecado y escaparse de la terrible sentencia de muerte. Cuando el Señor inquiriò acerca de su pecado, Adàn respondiò echando la culpa sobre Dios y sobre su compañera: "La mujer que me diste por compañera me dio del àrbol y yo comì." La mujer le hechò la culpa a la serpiente, diciendo: "La serpiente me engañò, y yo comì." (Gènesis 3:12-13).

¿Por què hiciste la serpiente? ¿Por què permitiste que entrara en el Edèn? Estas preguntas estaban tàcitamente implicadas en la excusa de la mujer por su pecado, inculpando a dios con la responsabilidad de su caìda. El Espìritu de justificaciòn propia se originò en el padre de mentiras, y se ha exhibido por todos los hijos y las hijas de Adàn. Confesiones tales como èstas no son inspiradas por el Espìritu divino, y no seràn aceptables ante Dios. Un verdadero arrepentimiento inducirà al hombre a aceptar su culpabilidad y a reconocerla sin engaño ni hipocrecìa. Como el publicano, sin levantar ni aun sus ojos al cielo, clamarà: "Dios, ten misericordia de mì, pecador," y esos que reconozcan su culpa seràn justificados; porque Jesùs pone su sangre por salvar al alma arrepentida.

Los ejemplos de arrepentimiento genuino y de humillaciòn que hallamos en la Palabra de Dios revelan un espìritu de confesiòn en el cual no hay excusa por el pecado, ni intento de justificaciòn propia. Pablo no tratò de encubrirse a sì mismo al describir su pecado en la forma màs horrible, en sus màs oscuros tonos; no tratò de aminorar su culpabilidad. El dice: "Yo encerrè en càrceles a muchos de los santos, habiendo recibido poderes de los principales sacerdotes; y cuando los mataron yo di mi voto. Y muchas veces, castigàndolos en todas las sinagogas, los forcè a blasfemar; y enfurecido sobremanera contra ellos, los perseguì hasta en las ciudades extranjeras." (Hechos 26:10-11). El no vacila al decir que: "Cristo Jesùs vino al mundo para salvar a los pecadores, de los cuales yo soy el primero." (I Timoteo 1:15).

El corazòn humilde y quebrantado, humillado por el arrepentimiento verdadero, apreciarà aldo del amor de Dios y de lo que ha costado el Calvario; y como un hijo se confiesa a un padre amante, asì el penitente traerà todos sus pecados delante de Dios. Y està escrito: "Si confesamos nuestros pecados, èl es fiel y justo para perdonar nuestros pecados, y limpiarnos de toda maldad." (I Juan 1:9).


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