El Camino A Cristo - Capítulo 3

El arrepentimiento


¿Còmo se justificarà el hombre con Dios? ¿Còmo se harà justo el pecador? Es sòlo por intermedio de Cristo que podemos llegar a la armonìa con Dios, y a la santidad; pero ¿còmo podemos ir a Cristo? Muchos formulan la misma pregunta que hacìan las multitudes en el dìa de Pentecostès, cuando, convencidas de su pecado, imploraban: ¿què haremos? La primera palabra de la respuesta de Pedro fue: "Arrepentìos (Hechos 3:38). Poco despuès, en otra ocasiòn, èl les volvìa a decir: "Arrepentìos y convertìos, para que sean borrados vuestros pecados." (Hechos 3:19).

El arrepentimiento comprende dolor por el pecado, y abandono de mismo. No renunciaremos al pecado hasta que no veamos su pecaminosidad; hasta que no nos apartemos de èl de todo corazòn no habrà un cambio genuino en nuestras vidas.

Hay muchos que no entienden la verdadera naturaleza del arrepentimiento. Muchas personas se entristecen por sus pecados, y aun efectùan un cambio exterior, porque tienen miedo de que sus faltas les acareen sufrimientos. Pero esto no es arrepentimiento en el sentido bìblico. Ellos lamentan el sufrimiento en vez del pecado. Tal era el dolor de Esaù al darse cuenta de que habìa perdido la primogenitura para siempre. Balaam, aterrorizado al ver al àngel en su camino con la espada desenvainada en la mano, reconociò su culpabilidad por temor a perder la vida; pero no habìa en èl arrepentimiento genuino, no hubo un cambio en sus propòsitos, no hubo aborrecimiento del mal. Judas Iscariote, despuès de vender a su Maestro, exclamò: "Yo he pecado entregando sangre inocente." (Mateo 27:4).

Esta confesiòn fue lanzada por una conciencia culpable y por un sentimiento horrible de condenaciòn, por una terrible visiòn del juicio. Las consecuencias del pecado, que le seguirìan, llenaban a Judas de terror, pero no habìa un dolor agudo en el alma por haber traicionado al inmaculado Hijo de Dios, por haber negado al Santo de Israel. Cuando Faraòn sufrìa los castigos de Dios aceptò su propia culpabilidad a fin de poder librarse de mayores castigos, pero no tardò en volver a desafiar a Dios tan pronto como las plagas fueron detenidad. Todos èstos se lamentaron por los resultados del pecado, pero no sentìan verdadera congoja por el pecado mismo.

Cuando el corazòn cede a la influencia del Espìritu de Dios, la conciencia se despierta, y el pecador comienza a discernir algo de la santidad y de la profundidad de la ley de Dios, el fundamento de su govierno en el cielo y en la tierra. "Aquella luz verdadera, que alumbra a todo hombre, venìa a este mundo" (Juan 1:9) para iluminar los màs recònditos pliegues del alma, para esclarecer las cosas escondidas por las tinieblas. La convicciòn se apodera de la mente y del corazòn. El pecador percibe la justicia de Jehovà, y siente un terror inmenso de parecer ante el descubridor de los corazones con su culpa y con su suciedad. Ve el amor de Dios, la belleza de la santidad, el gozo de la pureza; y ansìa ser limpiado y restaurado a la cumuniòn del cielo.

La oraciòn de David despuès de su pecado ilustra la naturaleza del verdadero dolor por el pecado. Su arrepentimiento fue profundo y sincero. No hizo esfuerzo alguno para encubrir su culpa; ningùn deseo de eludir el castigo que le amenazaba motivò su oraciòn. David veìa claramente la enormidad de su transgresiòn; èl veìa el envilecimiento de su alma y aborrecìa su pecado. David no orò pidiendo sòlo el perdòn, sino tambièn pureza de corazòn. El ansiaba el gozo de la santidad, volver a establecer la armonìa y la comuniòn con Dios.

Este era el lenguaje de su alma:

"Bienaventurado aquel cuya transgresiòn ha sido perdonada, y cubierto su pecado. Bienaventurado el hombre a quien Jehovà no culpa de iniquidad, y en cuyo espìritu no hay engaño." (Salmos 32:1-2).

"Ten piedad de mì, oh Dios, conforme a tu misericordia; Conforme a la multitud de tus piedades, borra mis rebeliones… Porque yo reconozco mis rebeliones, Y mi pecado està siempre delante de mì… Purìficame con hisopo, y serè limpio; Làvame, y serè màs blanco que la nieve… Crea en mì, oh Dios, un corazòn limpio, Y renueva un espìritu recto dentro de mì. No me heches de delante de ti, Y no quites de mì tu santo Espìritu. Vuèlveme el gozo de tu salvaciòn, Y espìritu noble me sustente… Lìbrame de homicidios, oh Dios, Dios de mi salvaciòn; Cantarà mi lengua tu justicia." (Salmos 51:1-14)

Un arrepentimiento como èste està màs allà del alcance de nosotros. Sòlo se obtiene de Cristo, quien ascendiò a lo alto y quien ha dado dàdivas a los hombres.

Hay aquì un punto en el cual muchos fallan, por lo cual no alcanzan a recibir la ayuda que Cristo desea darles. Ellos piensan que no pueden venir a Cristo a menos que arrepientan, y que su arrepentimiento ayuda al perdòn de sus pecados. Es cierto que tiene que haber arrepentimiento antes que haya perdòn, porque es sòlo el corazòn contrito y quebrantado el que siente la necesidad de un Salvador. Pero, ¿tiene el pecador que esperar hasta arrepentirse antes de venir a Jèsus? ¿Es el arrepentimiento una barrera entre el pecador y el Salvador?

La Biblia no enseña que el pecador tiene que arrepentirse antes de escuchar la invitaciòn de Cristo. "Venid a mì todos los que estàis trabajados y cargados, y yo os harè descansar." (Mateo 11:28). La virtud que emana de Cristo es lo que lleva al arrepentimiento. Pedro aclarò el asusnto al dirigirse a los israelitas dicièndoles: "A èste, Dios ha exhaltado con su diestra por Prìncipe y Salvador, para dar a Israel arrepentimiento y perdòn de pecados." (Hechos 5:31). No podemos arrepentirnos sin que el Espìritu de Cristo despierte nuestra conciencia asì como tampoco podemos ser perdonados sin Cristo.

Cristo es la fuente de cada impulso correcto. El es el ùnico que puede poner en el corazòn enemistad con el pecado. Todo deseo de conocer la verdad y de tener mayor pureza, toda convicciòn de nuestra pecaminosidad, es una evidencia de que el Espìritu de Cristo està trabajando en nuestro corazòn.

Jesus dijo: "Y yo, si fuere levantado de la tierra, a todos atraerè a mì mismo." (Juan 12:32). Cristo tiene que ser presentado a los pecadores como el Salvador que muriò por los pecados del mundo. Y nosotros, al contemplar el Cordero de Dios en la cruz del Calvario, vemos que el misterio de la redenciòn comienza a desplegarse ante nuestro entendimiento, y la bondad de Dios nos guìa al arrepentimiento. Al morir por los pecadores, Cristo manifestò un amor incomprensible; y el pecador al contemplar este amor, se le enternece el corazòn, le impresiona la mente e inspira la contriciòn en el alma.

Es cierto que a veces los hombres se averguenzan de sus caminos pecaminosos, y dejan algunos de sus hàbitos malos antes de darse cuenta de que estàn siendo atraìdos hacia Cristo. Pero siempre cuando hacen un esfuerzo para reformar sus vidas con un sincero deseo de hacer lo bueno, es el poder de Cristo el que los està motivando. Una influencia trabaja en su alma sin que ellos estèn conscientes de èsta, y la conciencia despierta y se enmienda la vida exterior. Mientras Cristo los atrae para que puedan mirar su cruz y contemplar a Aquel que fue traspasado por nuestros pecados, llega a la conciencia el mandato de Dios. La maldad de sus vidas y el pecado arraigado en el alma les son revelados. Comienzan asì a comprender algo de la retitud de Cristo, y exclaman: "¿Què es el pecado para que requiera un sacrificio tal para la redenciòn de su vìctima? ¿Era sencial todo este amor, toda esta humillaciòn y todo este sufrimiento para darnos vida eterna, para que no murièsemos?"

El pecador puede rechazar este amor, puede resistir al poder que lo atrae hacia Cristo, pero si no se resiste, serà llevado a Jesùs; y un conocimiento del plan de salvaciòn le traerà a los pies de la cruz arrepentido de sus pecados que han causado los sufrimientos del amado Hijo de Dios.

La misma inteligencia divina que trabaja en la naturaleza habla al corazòn de los hombres, y crea en ellos un deseo indescriptible por algo que no tienen. Las cosas mundanales no pueden satisfacer sus deseos. El Espìritu de Dios està rogàndoles constantemente que busquen lo ùnico que puede dar paz y descanso, la gracia de Cristo, el gozo de la santidad. Por medio de influencias palpables e invisibles, nuestro Salvador trabaja constantemente sobre la mente de los hombres para que èstos busquen las infinitas bendiciones que sòlo èl puede dar en vez de ir tras los placeres vanos del pecado. A todas estas almas que tratan vanamente de beber de las cisternas rotas del mundo, se les dirige el mensaje divino: "El que tiene sed, venga; y el que quiera, tome del agua de la vida gratuitamente." (Apocalipsis 22:17).

El que siente en su corazòn un deseo inalcanzable por algo que el mundo no le puede dar, debe reconocer este deseo como la voz de Dios que habla a su alma. Pìdale que le dè arrepentimiento, que le revele a Cristo en su amor infinito y en superfecta pureza. El amor a Dios y al hombre, los principios de la ley de Dios, fueron perfectamente ejemplificados en la vida del Lsalvador. La benevolencia y el amor desinterasado eran la vida de su alma. Contemplàndolo podemos ver la pecaminosidad de nuestro propio corazòn y recibir su luz sobre nosotros.

Pueder ser que nos hayamos engañado a nosotros mismos, como Nicodemo, pensando que nuestra vida ha sido recta, que nuestro caràcter moral es correcto; ;y que no necesitamos humillar nuestro corazòn ante Dios, como un pecador comùn; pero cuando la luz de Cristo brille en nuestras almas, veremos cuàn impuros somos; discerniremos el agoìsmo de nuestros motivos, nuestra enemistad con Dios, que ha manchado cada acto de nuestra vida. Entonces entenderemos que nuestra justicia es como trapo de inmundicia, y que sòlo la sangre de Cristo puede limpiarnos de la suciedad del pecado, y renovar nuestro corazòn a su semejanza.

Un solo rayo de la gloria de Dios, un destello de la pureza de Cristo que penetre el alma hace dolorosamente visible cada mancha de pecado y descubre la deformidad y los defectos del caràcter humano. Pone de manifiesto cada deseo no santificado, la infidelidad del corazòn y la impureza de labios. Los actos de deslealtad del pecador al no cumplir la ley de Dios estàn expuestos a su vista, y su espìritu se aflige y se oprime por la influencia escrutadora del Espìritu de Dios. El pecador se abomina a sì mismo al ver la pureza del caràcter inmaculado de Cristo.

Cuando el profeta Daniel vio la gloria del mensajero celestial que le habìa sido enviado, fue sobrecogido, por el reconocimiento de su propia debilidad e imperfecciòn. Al describir el efecto que tuvo esta magnìfica escena sobre èl dice: "…no quedò fuerza en mì, antes mi fuerza se cambiò en desfallecimiento, y no tuve vigor alguno." (Daniel 10:8). El alma que es impresionad de este modo, odiarà su egoìsmo, aborrecerà su amor propio, y mediante la justicia de Cristo, buscarà la pureza de corazòn que està en armonìa con la ley de Dios y con el caràcter de Cristo.

Pablo dice que "en cuanto a la justicia que es en la ley", en cuanto a los hechos externos se refiere, èl era "irreprensible" (Filipenses 3:6); pero cuando pudo discernir el caràcter espiritual de la ley, èl se vio a sì mismo como un pecador. Juzgando por laletra de la ley, segùn se aplicaba a la vida externa, Pablo se habìa abstenido del pecado, pero cuando èl vio las profundidades de los conceptos divinos, y se vio a sì mismo como Dios lo veìa, tuvo que humillarse a doblegar sus rodillas, y confesar su culpabilidad. Dice Plabo: "Y yo, sin la ley vivìa en un tiempo; pero venido el mandamiento, el pecado reviviò y yo morì." (Romanos 7:9). Cuando vio la naturaleza espìritual de la ley, el pecado apareciò en su horrible naturaleza verdadera, y su estimaciòn propia desapareciò.

Dios no evalùa todos los pecados como si fueran de la misma magnitud; hay grados de culpabilidad a la vista de Dios asì como a la de los ;hombres; pero no importa cuàn insignificante èste o aquel mal acto parezca a los ojos de los hombres, no hay pecado pequeño ante la vista de Dios.

El jicio del hombre es parcial e imperfecto; pero Dios considera las cosas como son realmente. El borracho es despreciado, y se le dice que su pecado le excluirà del cielo, mientras que el orgullo, el egoìsmo y la codicia demasiadas veces pasan sin reporensiòn. Sin embargo, estos pecados son especialmente ofensivos a Dios, por ser contrarios a la benevolencia de su caràcter, opuestos a ese amor abnegado que reina en la atmòsfera del universo sin pecado. El que cae en uno de los pecados màs grandes puede sentirse avergonzado, y sentir la necesidad de la gracia de Cristo, pero el orgulloso no siente necesidad, y asì, cierra el corazòn a la influencia de Cristo y a las bendiciones infinitas que èl puede dar.

El pobre publicano que orò: "Dios, sè propicio a mì, pecador" (Lucas 18:13), se consideraba a sì mismo como un hombre muy malvado, y otros le miraban de igual modo; pero sentìa su necesidad y con su carga de culpabilidad y de verguenza vino ante Dios imploràndole su gracia. Su corazòn estaba abierto al Espìritu de Dios para que èste hiciese el trabajo de la gracia en èl y le libertara dwel poder de pecado. La oraciòn de fariseo, arrogante, llena de justicia propia, mostraba su corazòn cerrado a la influencia del Espìritu Santo. Por causa de su separaciòn de Dios, el fariseo no comprendìa su propia suciedad e imperfecciòn que contrastaba con la perfecciòn de la santidad divina. No sentìa necesidad alguna y por lo tanto, no recibiò nada.

Si Ud. ve su pecaminosidad no espere para regenerarse. Cuantoshay que creen que no son lo suficientemente buenos para venir a Cristo. ¿Espera Ud. mejorarse por sus propios esfuerzos? "¿Mudarà el etìope su piel, y el leopardo sus manchas? Asì tambièn, ¿Podrèis vosotros hacer bien, estando acostumbrados a hacer mal?" (Jeremìas 13:23). Sòlo en Dios hay ayuda para nosotros. No podemos esperar persuaciones màs fuertes ni mejores oportunidades ni temperamentos màs santificados. No podemos hacer nada por nosotros mismos. Tenemos que venir a Cristo tal como somos.

Pero nadie se engañe a sì mismo con el pensamiento de que Dios, en su gran amor y misericordia, salvarà aùn a los que desprecien su gracia. La excesiva corrupciòn del pecado sòlo puede estimarse a la luz de la cruz. Cuando los hombres arguyan que Dios es demasiado bueno para echar fuera al pecador, indìqueseles el Calvario. Porque no habìa otro modo de salvar al hombre, porque sin este sacrificio era imposible que la raza humana se escapara del poder envilecedor del pecado, y volviera a la comuniòn con lo sseres santos-le era imposible volver a ser partìcipe de la vida espiritual-fue por esta causa que Cristo tomò sobre sì la culpabilidad del desobediente, y sufriò en lugar del pecador. El amor, el sufrimiento, la muerte del Hijo de Dios, todo testifica de la terrible enormidad del pecado, y declara que no hay forma de escaparse de su poder, que no hay esperanza de una vida màs elevada sino mediante la sumisiòn del alma a Cristo.

Los impenitentes a veces se excusan diciendo de los profesos cristianos: "Yo soy tan bueno como ellos. Ellos no son màs abnegados, sobrios ni prudentes en su conducta, que yo. Ellos aman el placer y la indulgencia propia tanto como yo." Asì hacen de las faltas de otros una excusa poara ocultar la negligencia de ellos mismos de su deber. Pero los pecados y los errores de otros no excusan a nadie, porque el Señor no nos ha dado un imperfecto modelo humano. El Inmaculado Hijo de Dios nos ha sido dado como ejemplo, y aquèllos que se quejan de la vida errada de los profesos cristianos son los que debieran mostrar màs nobles ejemplos y vidas mejores. Si ellos tienen un concepto tan elevado de lo que debiera ser un cristiano, ¿no es su pecado tanto mayor al no vivir segùn lo que saben? Ellos conocen lo que es recto y justo, y sin embargo, rehusan hacerlo.

Cuidado con la dilaciòn. No posterguèis el apartaros de vuestros pecados, la bùsqueda de pureza de corazòn mediante Jesùs. Es aquì donde millares han errado, para su ruina eterna. No he de enfatizar la brevedad ni la inseguiridad de la vida, pero hay un peligro terrible,--un peligro que no se entiende suficientemente bien-en dejar de eschuchar la suplicante voz del Espìritu Santo de Dios; en escoger vivir para el pecado, porque esta dilaciòn es eso, vivir para el pecado. No importa cuan pequeño nos parezca el pecado, no puede ser acariciado sin el peligro de un perdida infinita. Lo que nosotros no venzamos, nos vencerà a nosotros, y determinarà nuestra destrucciòn.

Adan y Eva se persuadieron a sì mismos de que de un asunto tan pequeño como comer del fruto prohibido no podrìan resultar consecuencias tan terribles como las que habìa predicho Dios. Pero este asunto diminuto era la transgresiòn de la ley de Dios, inmutable y santa; separaba al hombre de Dios, y abria las compuertas de la muerte y del dolor indecible sobre nuestro mundo. Siglo tras siglo ha subido un grito continuo de dolor, y toda la creaciòn gime bajo la fatiga y el dolor como consecuencia de la desobediencia del hombre. El mismo cielo ha sentido los efectos de la rebeliòn del hombre contra Dios. El Calvario se levanta como un magnìfico memorial del admirable sacrificio requerido para expiar la transgresiòn de la ley divina. No consideremos el pecado como una cosa trivial.

Cada acto de transgresiòn, cada desprecio o negligencia de la gracia de Cristo tendrà su reacciòn endureciendo el corazòn, impidiendo la voluntad, embotando el entendimiento, y no sòlo opacando el deseo de ceder, pero hacièndolo menos capaz de ceder a la tierna invitaciòn del Espìritu Santo de Dios.

Muchos estàn acallando una conciencia perturbada pensando que pueden cambiar el curso de maldad que llevan cuando asì escojan hacerlo, que pueden jugar con las invitaciones de la gracia, y sin embargo seguir siendo llamados. Piensan que despuès de menospreciar el Espìritu de gracia, que despuès de echar su influencia al lado de Satanàs, en un momento de apuro extremadamente serio pueden cambiar su curso. Pero esto no se consique hacer tan fàcilmente. La experiencia y la educaciòn de toda una vida habràn moldeado tan completamente el caràcter que ya pocos desearàn recibir la imagen de Jèsus en sus vidas.

Un solo razgo de caràcter, un deseo pecaminoso acariciado persistentemente, neutralizarà con el tiempo el poder del Evangelio. Cada indudlgencia pecaminosa fortalece la aversiòn del alma hacia Dios. El hombre que manifiesta una dureza infiel o una indiferencia impasible ante la verdad divina està segando el fruto de lo que èl mismo ha sembrado. No hay en toda la Biblia una amonestaciòn màs terrible para el que juega con el mal que las palabras del sabio, cuando dice: "Prenderàn al impìo sus propias iniquidades, y serà retenido con las cuerdas de su pecado." (Proverbios 5:22).

Cristo està listo para librarnos del pecado, pero èl no fuerza la voluntad. Si a causa de la transgeresiòn continua y persistente la misma voluntad se halla inclinada hacia el mal, y si no deseamos ser puestos en libertad, y no queremos aceptar su gracia, ¿què màs pueder hacer? Nos hemos destruido a nosotros mismos por nuestra determinaciòn de rechazar su amor. "He aquì ahora el tiempo aceptable; he aquì ahora el tiempo aceptable; he aquì ahora el dìa de salvaciòn." (2 Corintios 6:2). "Si oyereis hoy su voz, no endurezcàis vuestros corazones." (Hebreos 3:7-8), (Salmos 95:7-8).

"El hombre mira lo que està delante de sus ojos, pero Jehovà mira el corazòn." (I Samuel 16:7). Jehovà mira el corazòn humano con sus emociones encontradas de gozo y tristeza, el corazòn caprichoso y alejado de lo recto, donde mora tanto engaño e impureza. El conoce sus motivos, y hasta los mismos propòsitos e intenciones que lo impulsan. Id a èl con vuestra alma manchada como està. Como el salmista, abrìa las màs recònditas recàmaras ante los ojos que todo lo ven, exclamando: "Examìname, oh Dios, y conoce mi corazòn; pruèbame, y conoce mis pensamientos; y ve si hay en mì camino de perversidad, y guìame en el camino eterno." (Salmos 139: 23-34).

Muchos aceptan una religiòn intelectual, una forma de santidad, sin que el corazòn estè limpio. Sea vuesta oraciòn: "Crea en mì, oh Dios, un corazòn limpio, y renueva un espìritu recto dentro de mì." (Salmos 51:10). Sed leales con vuestra propia alma. Sed tan sinceros, tan persistentes, como si vuestra vida presente, mortal, estuviese en la balanza. Este es un asunto que debe arreglarse entre Dios y vuestra alma, es un asusnto que ha de arreglarse para la eternidad. Una esperanza supuesta solamente resultarà en vuestra ruina eterna.

Estudiad la Palabra de dios con oraciòn. Esa Palabra os presentarà, en la ley de Dios y en la vida de Cristo, los grandes principios de la santidad, sin los cuales "nadie verà al Señor". (Hebreos 12:14). Ella convence del pecado y revela plenamente el camino de la salvaciòn. Prestadle atenciòn, como que es la voz de Dios hablando a vuestra alma.

Al ver la enormidad del pecado, al veros tal como sois, no os dejèis vencer por la desesperaciòn. Cristo vino a salvar pecadores. No tenemos q;ue reconciliar a dios con nosotros, sino que, ¡oh amor maravilloso!, Dios està en Cristo "reconciliando consigo al mundo". (2 Corintios 5:19). El està atrayendo los corazones de sus hijos que han errado, con su amor tierno. Ningùn padre puede ser tan paciente con las faltas de sus hijos como es Dios con aquèllos a los cuales procura salvar. Nadie prodrìa suplicar tan tiernamente, tan amorosamente al transgresor. Nunca labios humanos pronunciaron invitaciones màs tiernas al errante que las que pronuncia èl. Todas sus promesas y sus amonestaciones son el fruto de su amor indecible.

Cuando venga Satanàs a decirte que eres un pecador, mira a tu Redentor, habla de sus mèritos. Mirando su luz puedes recibir ayuda. Reconoce tu pecado, pero di al enemigo que "Cristo Jesùs vino al mundo para salvar a los pecadores" (I Timoteo 1:15), y que puedes ser salvo por medio de su amor inigualable. Jesùs le hizo una pregunta a Simòn, concerniente a dos deudores. Uno debìa a su señor una suma pequeña y el otro debìa una suma muy grande. Pero el señor los perdonò a los dos; y Cristo le preguntò a Simòn cuàl de los dos amarìa màs a su señor. Simòn contestò "…aquel a quien perdonò màs." (Lucas 7:43). Nosotros hemos sido grandes pecadores, pero Cristo muriò para que pudièsemos ser perdonados. Los mèritos de su sacrificio son suficientes para presentarse ante el Padre en lugar nuestro. Aquèllos a los cuales èl les ha perdonado màs le amaràn màs, y estaràn màs cerca de su trono para alabarle por su gran amor y por su sacrificio infinito. Cuanto màs plenamente comprendemos el amor de Dios, comprenderemos mejor la pecaminosidad del pecado. Cuando vemos la magnitud de la cadena que ha sido bajada en favor nuestro, cuando entendemos algo del sacrificio infinito que Cristo hizo por nosotros, nuestro corazòn se derrite de ternura y contriciòn.


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